Como grupo de ginecólogos-obstetras y pediatras-neonatólogas hemos experimentado la riqueza de servir a la vida como fruto del amor humano, hemos descubierto en este servicio un especial llamado a realizar una síntesis entre la ciencia, la fe y la vida familiar..

Hemos descubierto a la mujer como la “portadora de la vida” en gestación y como la “puerta” para que la vida entre en el mundo de los vínculos, construido por el matrimonio y la familia. Hemos sido testigos de la grandeza de este misterio, la vocación de la persona al amor y a la paternidad y maternidad responsable.
Es esta riqueza la que queremos regalar a las personas que nos corresponda servir, acompañar, formar y proyectar desde Porta Vitae, nuestra Fundación Médica y Cultural. En nuestro nombre “Puerta de la Vida” encontramos también nuestra misión, anhelamos llegar a ser una puerta de vida para nuestros pacientes, nuestra ciudad y nuestra Iglesia, esperamos ser portadores de vida para muchos, tanto en el plano médico-biológico, como cultural y religioso.

Por eso intentaremos cooperar para que los esposos la asuman como tal. Esperamos que nuestros aportes ayuden a que los métodos naturales de regulación de la fecundidad sean cada vez más una técnica válida al servicio de la regulación de la fecundidad o de la búsqueda de un hijo. Queremos favorecer el establecimiento de un estilo de vida que dignifique a cada cónyuge, que permita el máximo cultivo de su generosidad y que les ayude a tomar conciencia de ser constructores de la bondad, la verdad y la belleza. Hacemos nuestro el llamado profético de Paulo VI a través de Humanae Vitae a los médicos a promover soluciones cristianas a los problemas temporales que enfrentan las personas, los matrimonios y sus familias.

Por eso aspiramos a unir razón y fe, a establecer un puente entre lo mejor del arte de la medicina con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia al servicio del hombre. Consideramos un deber el actualizar conocimiento y ciencia para servir mejor a quienes buscan nuestra compañía en su sufrimiento físico o moral, proveniente de dificultades corporales o espirituales, ya sean en su matrimonio, familia, o como célibe o virgen consagrada. Anhelamos favorecer la implementación de los avances de la medicina en el área gineco-obstétrica y pediátrica al servicio de una especialidad centrada en la persona, que se corresponda con el ideal católico.

Por eso nos ofrecemos como instrumentos para desarrollar un modelo de formación y de humanización, un caso preclaro, de los dos grandes aspectos de la vida esponsal relacionados con nuestra especialidad: la comunión interpersonal y la fecundidad. Tanto para las personas que tienen la misión de regular la fecundidad como para los que portan una infertilidad. Esperamos poder cooperar a la formación de personas que irradien su testimonio.

Por eso trataremos de facilitar el que las personas actúen libre y responsablemente intentando siempre optar en conciencia por lo mejor. Como respuesta a la concepción actual de autonomía, que entiende el que las personas son libres para hacer lo que deseen, esperamos ayudar a que las personas tomen conciencia de su dignidad, y hagan uso de su libertad para poder amar mejor, para conquistar el bien.

Ante el cual esperamos aportar todo nuestra ciencia y arte a través de nuestra competencia técnica, pero especialmente nuestra compasión, y nuestra voluntad de entregarnos a un acompañamiento a la persona y la familia para ayudarles a mitigar su condición de precariedad dándole un nuevo sentido al sufrimiento en el contexto de la vocación personal y no de la autonomía individualista.

De irradiar la vida generada a partir de esta entrega a los usuarios del centro, a la comunidad que pertenecemos, la Iglesia y especialmente esperamos poder transmitir nuestro conocimiento y nuestro “ministerio” a las futuras generaciones de médicos y de otros profesionales de la salud, que hayan sido despertados a esta vocación por el mismo espíritu que nos ha despertado la vocación propia.

Y en nuestra necesidad de ella para poder llegar a cumplir nuestra misión de curación y de cuidado encomendada a los médicos desde la parábola del buen samaritano, como ideal del médico seguidor de Cristo.

Y de acompañamiento a nuestros pacientes, es una vocación suscitada en cada uno de nosotros por el mismo Señor Jesucristo a través de su Espíritu Santo, en respuesta a los tiempos que enfrenta el matrimonio de hoy que desea entrañablemente vivir su amor bajo el signo esponsalicio de Cristo por su Iglesia.

Ya sea un embrión unicelular, una persona adulta o recién nacido, sano o enfermo terminal, cada uno posee una dignidad de carácter ontológico. Dignidad que no tiene grados, que es inalienable y que sólo nos es permitido honrarla y servirla según sus necesidades particulares desde el primer momento de su existencia, su concepción, generando las condiciones para que se exprese humanamente ese embrión en desarrollo y luego acompañarla hasta su muerte natural, no traicionando la confianza depositada en nosotros por ese enfermo en la última etapa de su vida.

En razón de su peculiar dignidad, independiente de su condición intelectual, su valor físico o moral. Haciendo los mejores esfuerzos por ser testigos del valor de aquella vida ante la sociedad, y especialmente, ante nuestros pares, los médicos y el personal de la salud.

Por eso queremos de un modo alegre construir familia, facilitando la riqueza de vínculos personales que se dan al interior de la familia, para que ésta sea el taller de humanidad donde cada persona descubra su propio valer y crezca en su capacidad de donarse de sí misma. Para que el amor humano, especialmente el amor conyugal, y el seno materno sean un santuario para la vida. Esperamos que los hogares se transformen así en fuentes vivas del amor trinitario, modelo perfecto al que tiende el amor humano. Quisiéramos que éste sea como nuestro anuncio evangélico: la buena nueva sobre el matrimonio y la familia, tan bellamente expuesta por el Papa Juan Pablo II en su extenso magisterio y resumido en el “Enchiridion de la Familia”.

Por eso queremos educar la sexualidad en nosotros mismos y en quienes se nos confíen para que llegue a ser verdaderamente el lenguaje del amor adecuado a cada persona y circunstancia, integrando orgánicamente sus dos significados de comunión y fecundidad. Comprendemos el cuerpo humano como la dimensión tangible de una realidad personal unitaria, corpórea y espiritual al mismo tiempo. El alma espiritual del hombre si bien no tangible en sí misma, siempre constituye la raíz de su realidad existencial y tangible, de su relación con el resto del mundo y, como consecuencia, del valor peculiar e inalienable.